Es ahora, como nunca, jerarquía eclesiástica y laicos deben estar más comprometidos a trabajar en una unidad que solo el amor de Jesucristo puede suscitar. Pero esa unidad en la Iglesia no debe ser entendida con una subordinación de facto y que solo los que están al frente son los que deciden y los demás, léase laicos, deben acatar y obedecer.
En la pasada XII Asamblea Diocesana de la Diócesis de Nezahualcóyotl se dio un paso de suma importancia en esa renovación pastoral, al rescatar un aspecto fundamental, el respeto a la persona y su dignidad para transformar la sociedad en una experiencia fraterna y comprometida.
Y se concluyó que a través de gestos simples y sencillos, atendiéramos a la comunidad. En ese aspecto, el Papa Francisco, de nuevo, puso la muestra al decidir escribir el prólogo a un libro que recoge el testimonio de una víctima de abusos sexuales contra menores, y ahí pidió perdón y condenó de nuevo los ataques perpetrados por clérigos católicos.
“Lo perdono, padre”, es el título del volumen del escritor francés Daniel Pittet, que salió a la venta en diversos países europeos y relata, en primera persona, el calvario sufrido por el autor como consecuencia de los abusos por parte de un religioso.
Ahora que se enarbola desde el sector público la bandera de la unidad nacional, como un concepto vacío que se manipula al arbitrio del interés particular y de grupo. Pues la “marcha antitrump” se confundió y se quiso llegar a la Casa Blanca y sacar al vecino incómodo, cuando eso ni en los sueños de los mejores libertadores de América han logrado.
Es decir, el punto de partida sigue confuso, en ese sentido los católicos debemos ser más claros y enarbolar al estilo de Zaqueo y Bartimeo la disposición al cambio, a ajustar las riendas de nuestro caminar, a virar el camino y entregarse, no con ojos cerrados, “ni podemos hacernos los sordos frente a las crisis”, dijo el Papa Francisco hace un año en México, sino como Jesucristo, quien nos pone el ejemplo y manda, mirar y oír lo que Dios quiere.
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